jueves, 26 de mayo de 2011

LA FORMACIÓN DEL ESTADO NACIONAL EN CHILE

Abstract

El presente ensayo trata de explicar e “excepcionalismo” de Chile en América Latina, basado en sus características de orden y estabilidad en un continente inestable. Para ello se analizan características históricas, sociales, políticas y geográficas de Chile.

The essay tries to explain the characteristic of “exepcionalism” of Chile. That is its mentally of order, political and economical stability that contrast with the other Latin American countries. In order to explain the peculiarities of the chilean case the author analyzes the historical, social, political and geographic characteristics of Chile.

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Introducción

La independencia de la América española llevó a la ruptura y desmembración del poderoso y extenso imperio que la Corona de Castilla estableció en las Indias. Este vacio de poder permitió la expansión de aquellos que permanecieron unidos: Los herederos de las colonias de Gran Bretaña y Portugal, Estados Unidos y el Brasil.

La balcanización de Hispanoamérica la sumió en un estado de debilidad y ello permitió la irrupción de las potencias europeas en los asuntos internos de los nuevos estados. En algunos casos se llegó a la ocupación, lisa y llana, de parte de sus territorios. Es así que Gran Bretaña, durante el siglo pasado ocupó gran parte de Centroamérica creando un ficticio “Reino de los Mosquitos” que le permitió acercarse al istmo de Panamá, posible ruta interoceánica de gran importancia estratégica. Y los ingleses se expandieron en la Guayana y conquistaron las Malvinas, en el Atlántico Sur. Por otra parte, conjuntamente con los franceses, amagaron al gobierno de Rosas que trataba de controlar la desembocadura del Río de la Plata.

Es demasiado conocido el proceso de expansión de Estados Unidos que partiendo de una reducida franja de territorio en el Atlántico llegó, en menos de cien años, al Pacífico y de ahí hasta las Filipinas.

Y gran parte de las conquistas se hicieron a costa de los herederos de España. Brasil siguió una ruta similar avanzando, desde el Atlántico, al interior sudamericano. Una excelente diplomacia, la estabilidad de su sistema político y la clara percepción de sus intereses nacionales, le permitieron crecer generalmente sin guerra, salvo el caso del enfrentamiento contra el Paraguay, conocido en Hispanoamérica como “Guerra de la Triple Alianza” debido a que Argentina, Uruguay y Brasil unieron sus fuerzas para derrotar a las tropas paraguayas del Mariscal Solano López. En Brasil se le denomina, más simplemente, la “Guerra del Paraguay”. Fuera de este caso cruento, los brasileños fueron expandiendo sus fronteras usando, preferentemente, la vía diplomática. Pero aprovechando con gran eficiencia, toda coyuntura que le permitía una relación de poder favorable y, por ende, una mejor condición negociadora, frente a un inestable y turbulento vecino. La coherencia y la claridad de las metas fueron las mejores armas brasileñas.

La independencia de España inauguró, en la mayoría de los nuevos estados, un largo periodo de guerras civiles, de luchas de caudillos o de facciones que impidieron el establecimiento de gobiernos eficientes y duraderos, por más de medio siglo. En toda la Región todavía no se llega a un sistema político estable. La anarquía favoreció la intervención extranjera; en algunos casos mediante el desembarco de tropas foráneas, destinadas a “poner orden”, que constituyeron, apenas, otro tipo de dependencial cuasi-colonial.

Y para comprobarlo basta observar la Historia de Centroamérica y el Caribe. El caso chileno llama la atención por su singularidad. Una colonia pobre y alejada pudo crear, con sorprendente rapidez, un sistema político basado en el Derecho, en el cual el gobierno se sometía a normas y plazos de término y donde el caudillismo -que parecía endémico en la cultura hispana- no tuvo mayor acogida. Y si en otros países sucedía una vorágine de documentos constitucionales cada uno más lírico que el anterior, en Chile la Constitución de 1833 duró casi un siglo sin modificaciones mayores. Una región que en la época colonial se caracterizaba por la falta de universidades y el escaso desarrollo intelectual de su oligarquía se convirtió, después de la independencia, en asilo de la élite pensante de muchos países. Y allí enseñó Andrés Bello y también lo hizo Domingo Faustino Sarmiento, figuras señeras de Hispanoamérica; Rubén Darío, el gran poeta de Nicaragua, editó sus primeros versos en las imprentas chilenas y de Europa llegaron científicos como Domeyko y Phillippi a enriquecer la cultura de ese alejado país.

La independencia abrió nuevas perspectivas para Chile y gracias a su estabilidad pudo expandirse a los desiertos del norte dominar al mapuche y llegar a las islas del sur. Incluso una posesión en la Polinesia, la isla de Pascua, es un testigo de este empuje surgido en la república.

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Generalmente se atribuye -solamente- al genio de Diego Portales el establecimiento de un sistema político impersonal y basado en el Derecho que, paradójicamente, dependió de los talentos de un hombre superior. Sin embargo, y sin desconocer la gigantesca obra de Portales, hay diversos factores que se dieron en Chile y que le permitieron lograr la estabilidad en un plazo relativamente corto. Su diferente evolución con respecto a los otros estados hispanoamericanos va más allá de la simple inteligencia de un hombre. Simón Bolívar, el más grande de los libertadores, no pudo consolidar la unidad ni siquiera de la Gran Colombia, y contempló, antes de morir, la anarquía y la lucha de caudillos. Y San Martín fracasó en Argentina, su patria y en Perú, que permanecieron sumidos en la inestabilidad durante gran parte del siglo XIX.

La intención de las páginas que siguen es la ofrecer algunos antecedentes que fueron peculiares del Chile post independencia, y que favorecieron el establecimiento, relativamente rápido, de un sistema político estable y basado en la ley. Y para ello la evolución histórica durante la colonia y la situación geográfica, tan aislada fueron elementos que le permitieron desarrollarse al margen de interferencias foráneas.

  1. La Importancia de la Geografía

Chile era una región aislada, en gran medida, del resto del imperio de España debido a factores geográficos. El viaje por mar a Europa debía de hacerse dando la vuelta por el Cabo de Hornos lo que implicaba meses de navegación; los centros poblados de relativa importancia, más cercanos, eran Lima -separada por desiertos que se extendían por miles de kilómetros- y Buenos Aires, a la cual se podía acceder después de cruzar las alturas de la Cordillera de los Andes -cerrada, en todo caso, en los meses del invierno- y atravesar más de mil kilómetros de pampa, con el peligro de los ataques de los indios[1]. Al sur de Chile estaba la frontera, en el Biobío, con el mapuche un pueblo que había sido capaz de resistir al español e, incluso, arrojarlo de la región de la Araucanía, a fines del siglo XVI. Sólo en 1883 la República de Chile pudo derrotar finalmente al indígena, y completar la conquista del territorio, iniciada por Pedro de Valdivia y sus huestes españolas más de trescientos años atrás[2].

El Océano Pacífico completaba este cuadro de soledad geográfica. Frente a las costas de Chile se extendía el mar por miles de kilómetros hasta llegar a Australia y Nueva Zelandia que, durante la colonia, estaban tanto o más despobladas que la tierra chilena. Y más allá después de larguísimo viaje, se encuentra el continente asiático. En el extremo sur de Chile es posible dar la vuelta al mundo para retornar de nuevo a las costas sudamericanas, sin encontrar otro continente en el trayecto, ni siquiera una isla. Chile se comunicaba por mar tanto con el Perú como entre sus regiones. Incluso a principios del siglo XX el viaje entre la zona de La Serena y Coquimbo a Santiago se hacía por barco, desembarcando en Valparaíso y de ahí por tierra a la capital chilena. Y se trata de una distancia de aproximadamente unos quinientos kilómetros[3].

Chile, se extendía, durante la colonia, entre Concepción, que se encontraba en las riberas del río Biobío y Le Serena que estaba al sur del inmenso desierto sudamericano que va de Los Andes al Pacifico casi basta la frontera actual de Perú con Ecuador. Dentro de la zona ya señalada se encontraban otros dos poblados de relativa importancia: Santiago, ubicado en el comienzo del Valle Central que se extiende por más de mil kilómetros hasta desembarcar en las cercanías de Chiloé y Valparaíso que era el principal puerto de la colonia.

La relativa pequeñez y aislamiento del territorio chileno colonial se compensaba con la facilidad de las comunicaciones internas. El Valle Central es un inmenso callejón colocado entre dos cordilleras; la de los Andes y la de la Costa. Si bien es difícil la comunicación hacia el este, el trayecto norte-sur, sin embargo, no tiene mayores problemas. Esta situación fue generando, posteriormente; la extraña característica geográfica de Chile que aparece en el mapa como una alargada faja de tierra que se extiende por miles de kilómetros pero de un ancho reducido en algunas ocasiones de apenas decenas de kilómetros entre la frontera con Argentina y el mar.

El Valle Central estaba dividido, tal como hemos señalado, entre la colonia que se extendía de] Biobío al norte y el pueblo mapuche que dominaba casi hasta los confines con Chiloé. La administración española estableció plazas fuertes en Valdivia y Chiloé al sur de la Araucanía, para impedir la eventual ocupación por potencias europeas hostiles o permitir el establecimiento de bases de piratas, tal como ocurriera en algunas de las pequeñas islas del Caribe. Los fuertes de Valdivia y Chiloé permanecieron bajo la jurisdicción directa del virreinato del Perú y sólo ingresarían a la soberanía chilena como consecuencia de las guerras de independencia. Chiloé fue conquistado por los chilenos, en 1826 y después que Simón Bolívar amenazó, en diversas oportunidades, con ocuparlo con tropas colombianas y someterlo a la autoridad de la gran Colombia o del Perú[4].

En general todo el territorio chileno se encuentra a corta distancia del océano y, debido a que la zona andina es totalmente montañosa, sin mesetas, salvo en una pequeña región en el norte, en la frontera con Bolivia, el “Altiplano chileno”, no existe población concentrada fuera de la zona pre cordillera o de las llanuras centrales. No había, entonces en el período colonial, un problema mayor de comunicaciones entre los habitantes de Chile. Ya fuera por mar o por el Valle Central el tráfico humano y comercial era expedito.

Debido a la ausencia de grandes minas no fueron surgiendo centros poblados de la magnitud de Potosí, en la actual Bolivia, antiguo Alto Perú, que pudieran competir con la capital administrativa de la capitanía general. Por otra parte, la masa indígena quedó al margen de las fronteras coloniales que resistió a la dominación castellana. No se produjo en Chile, una situación como la peruana, en la cual la cultura española se superpuso a una población indígena que conservó sus tradiciones y lenguajes precolombinos. No existían tampoco grandes ciudades indias que mantuvieran cohesionado un foco cultural diverso. Por el contrario, en el caso chileno el mestizaje implicó la asimilación a la lengua y valores del conquistador de toda la población. El aislamiento geográfico y el peligro mapuche facilitaron la cohesión de los habitantes del Chile colonial y aceleraron el proceso de formación de un pueblo con sentido de nacionalidad. El regionalismo no tuvo mayor vigencia.

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La importancia de la geografía es un dato que hay que tomar en consideración al analizar tanto la mentalidad internacional de Chile como su evolución política. El Valle Central aparece como una región fértil, de clima mediterráneo, bien provisto de lluvias que aumentan a medida en que se avanza hacia el sur y contrasta con la situación desértica de las regiones vecinas. Cruzando la Cordillera de los Andes se extiende una vasta región carente de lluvias, ya que la humedad proveniente del Pacífico es retenida por las montañas en Chile[5].

En el caso del Cuyo, el río Mendoza da origen a un fértil valle, en la región pre cordillerana, de la actual Argentina. La humedad proveniente del Atlántico no alcanza a llegar hasta las pampas que bordean Los Andes y ello origina una árida zona, apenas se cruza la cordillera desde Chile[6].

Desde la actual frontera de Perú con Ecuador, aproximadamente, hasta el norte del Valle Central predomina el anticiclón del Pacifico que impide que se forme la humedad suficiente para dar origen a lluvias. Como consecuencia existe un extenso desierto que llega, por el interior, hasta la Cordillera de los Andes. En algunos casos los deshielos de las montañas dan origen a ríos que posibilitan cierto tipo de agricultura. También existen varios casos de ríos subterráneos que permiten, mediante la extracción de agua la formación de asentamientos humanos[7]. La aridez de la región conocida como desierto del Atacama es de tal magnitud que es calificada como una de las zonas más secas del mundo[8]. Durante el período colonial fue conocida como el “Despoblado de Atacama” y, obviamente carecía de habitantes. Esta zona adquiriría importancia después de la Independencia por el descubrimiento de la riqueza salitrera y, posteriormente, por sus minas, entre las cuales destacan las de cobre.

El Valle Central de Chile se sumerge en el mar al sur de la actual ciudad del Puerto Montt. Los picachos de la Cordillera de la Costa y de Los Andes se convierten en islas y la geografía se quiebra en innumerables archipiélagos. Poco después comienzan a surgir los hielos continentales que se extienden por centenares de kilómetros[9]. En esta región el hielo llega hasta miles de metros sobre la superficie del suelo.

Finalmente aparece una zona plana, en la cual es posible el desarrollo de la ganadería, pero tiene un clima muy frío con vientos de gran intensidad y con pocas posibilidades de desarrollo de la agricultura. Se trata de las regiones cercanas al Estrecho de Magallanes y la Isla Grande de Tierra del Fuego. Los españoles trataron de fundar un fuerte en el Estrecho para impedir que esta vía de comunicaciones pudiera caer bajo el dominio de potencias extranjeras. El intento culminó en el fracaso y la colonia fue conocida como “Puerto del Hambre”. Sólo durante la república se iniciarían las labores de ocupación del Estrecho bajo la autoridad chilena.

Al sur de la Isla Grande de Tierra del Fuego existen islas e islotes, cuyo poblamiento es difícil. Esta zona culmina en el Cabo de Hornos y después de kilómetros de mar agitado aparecen las primeras islas del continente antártico.

En estas condiciones el Valle Central de Chile fue una zona poblada, con posibilidades de desarrollo agrícola y rodeada de regiones desoladas, por miles de kilómetros. En el período colonial se libró el combate entre españoles y mapuches por el control de esta anomalía geográfica situación que culminaría durante el período de la República. Las comunidades radicadas en el Valle Central no podían ser controladas efectivamente, desde España o Perú ya que los centros poblados estaban a mucha distancia. De ahí que durante la colonia la capitanía general de Chile, en la práctica gozara de autonomía[10].

  1. Las Consecuencias de las Guerras de Independencia en Chile

Las guerras de la independencia provocaron largos períodos de anarquía en las colonias hispanas de América, debida a la ruptura de los antiguos factores de unidad y estabilidad: obediencia a la Corona, poder de la Iglesia, existencia de un aparato burocrático que operaba sin oposición en base a normas jurídicas -que si bien eran dictadas en la metrópoli, tenían la suficiente flexibilidad para adaptarse a la realidad local- y, por último, los principios de legitimidad política y social que eran aceptados por los grupos dirigentes. Es decir de la obediencia a la Corona de España y el dominio de la oligarquía colonial.

Las guerras de independencia colocaron en jaque los fundamentos del orden tradicional. No solamente los patriotas preconizaron la adopción de los principios republicanos y liberales -lo cual ya implicaba una revolución en el ordenamiento político y en la estructuración del gobierno-, sino que, en muchos casos liberaron fuerzas sociales que amagaron el dominio de los criollos. En el caso de México, por ejemplo, las guerras independentistas se inician bajo el liderazgo de curas párrocos mestizos -Hidalgo y Morelos- que desatan un proceso de rebelión racial y social que durará hasta explotar la Revolución mexicana, de comienzos del siglo XX. Por una parte, los indios se levantan contra el blanco y por otra, las clases bajas lo hacen para liquidar el predominio de la oligarquía criolla. La independencia, como es sabido, se consumó mediante un acuerdo entre el último virrey y el jefe de los criollos blancos, Agustín de Iturbide, quien había reprimido anteriormente los levantamientos de los insurgentes patriotas (Hidalgo y Morales). Iturbide trató de establecer un gobierno monárquico y se coronó Emperador, pero al poco tiempo fue derrocado y, posteriormente, fusilado. Las luchas sociales mexicanas durarán un siglo y en ese período debió de soportar las invasiones de Estados Unidos y Francia y la pérdida de gran parte del territorio que poseía el virreinato de Nueva España[11].

En el caso de Venezuela, la dura resistencia española a las tropas de Bolívar llevó a una guerra despiadada y a la aparición de los llaneros, jinetes de gran valor militar aunque de escasa instrucción, primero combatiendo por el rey, y luego aliados de Bolívar cuando Páez se convierte en el jefe. Las violentas luchas llevaron a la destrucción del poder de la antigua aristocracia criolla y al surgimiento del caudillo como elemento primordial de la política. En estas condiciones el gobierno dependía del carisma de un hombre más que de la solidez de las instituciones. Y, como consecuencia sólo en la segunda mitad del siglo XX Venezuela comienza a tener un sistema político que se basa más en la organización de partidos políticos que en la simple autoridad de un jefe[12]. En nuestros días con Hugo Chávez resurge el caudillismo.

En el virreinato de La Plata la independencia llevó a una disolución de la organización administrativa creada en 1778. El Alto Perú fue anexionado al virreinato del Perú y posteriormente fue independizado por Bolívar, bajo el nombre de Bolivia; Paraguay se independizó de Femando VII, pero también de Buenos Aires; la Banda Oriental fue ocupada por los portugueses y finalmente -después de una guerra entre Buenos Aires y el Brasil- nació a la independencia como el Uruguay. Por otra parte, la dificultad de Buenos Aires para amagar al Alto Perú llevó a que bandas de gauchos, bajo el liderato de Güemes, cumplieran un rol semejante al de los llaneros de Páez. Los montoneros defendieron la frontera del noroeste pero fueron el fundamento del poder posterior de una serie de caudillos que -apoyados por bandas de gauchos- resistieron la autoridad de la oligarquía de Buenos Aires[13]. Sólo en el último tercio del siglo XIX, Argentina comienza a estructurarse como un estado con un gobierno central capaz de ejercer su autoridad desde el Atlántico a los Andes.

En el caso de Chile, las guerras de independencia no tuvieron la intensidad y violencia que alcanzaron en otras regiones de América. Las ciudades no fueron arrasadas y la organización de las fuerzas patriotas quedó bajo el mando indiscutido de jefes provenientes de los criollos latifundistas. Es así, por ejemplo, que las dos figuras más destacadas en el plano político-militar, fueron José Miguel Carrera y Bernardo O’Higgins. Ambos blancos, dueños de tierras: el primero era miembro de una de las familias patricias de la colonia, el otro hijo de un ex gobernador de Chile y ex virrey del Perú.

En Chile no existieron llaneros, ni montoneros, comparables a la situación del interior argentino o de Venezuela. El único guerrillero que se menciona, Manuel Rodríguez, era un abogado que sirvió en gran medida como un oficial de inteligencia del Ejército Libertador que realizaba operaciones que serían llamadas de “comando” en nuestros días y no un caudillo al mando de jinetes bárbaros.

Como consecuencia, en Chile la independencia significó un reforzamiento de la autoridad de la oligarquía latifundista criolla, de tal magnitud, que su control político se prolongaría hasta el primer tercio del siglo XX[14].

  1. El Sistema Político Portaliano

De 1810 a 1829 Chile vivió un período de turbulencia debido a los cambios bruscos en los fundamentos políticos; ya que se preconizó la independencia de España, la creación de un nuevo país y la adopción de principios de gobierno radicalmente distintos a los tradicionales. El período se caracterizó por enfrentamientos contra las tropas realistas -que mandaba el virrey del Perú para restablecer la lealtad a la Corona- y posteriormente, entre diversos grupos rivales que aspiraban a establecerse en el poder, ya sea mediante el prestigio de un caudillo o la influencia de alguna ideología. Esos veinte años se caracterizan por la inestabilidad; Chile conoció varias Constituciones y Reglamentos Constitucionales, sufrió la influencia del modelo norteamericano llegando incluso a adoptarse un intento de federalismo[15] -y del liberalismo-, especialmente en la Constitución de 1828, que estaba basado en la adoptada por los españoles en Cádiz, por otra parte el caudillismo fue importante, y, salvo un caso, quienes ocuparon los cargos de director supremo o de Presidente de la República fueron jefes militares[16]. Durante parte del período, Chile fue ocupado por tropas extranjeras primero bajo la reconquista española y posteriormente por un breve lapso -posterior a las batallas de Chacabuco y Maipú- donde la influencia argentina fue importante[17].

Se puede decir que la independencia, o mejor dicho, la autonomía política de Chile comienza, en el Valle Central, con posterioridad al envío de la Expedición Libertadora al Perú en 1821. En ese momento salen las tropas extranjeras del Ejército Libertador, y figuras de tanta importancia en el juego político nacional como el general José de San Martin abandonan Chile. La eliminación definitiva del poderío español, en el actual territorio chileno, se realiza sólo en 1826 con la conquista de Chiloé. En estas condiciones podemos señalar que desde 1810 a 1821 la preocupación fundamental de la política chilena gira en torno al problema de las relaciones con la Corona de España y hay grupos que apoyan el mantenimiento del orden colonial y otros que pugnan por la separación y el establecimiento de un estado autónomo. Este periodo aparece influido, en su primera parte -1811 a 1814- por José Miguel Carrera; hay, posteriormente, un interregno de retorno a la situación de colonia debido a las derrotas patriotas. La .reconquista» termina con la batalla de Chacabuco. Desde 1817 a 1823 Bernardo O`Higgins domina sin contrapeso; de 1823 a 1826 la figura que ocupa el poder es el general Ramón Freire y se puede hablar de una etapa anárquica, carente de mayor estabilidad política desde 1826 a 1829, año en que comienza a imperar el modelo político portaliano.

El periodo de anarquía fue extraordinariamente breve y en un lapso muy corto Chile pudo definir sus principios de gobierno, establecer un mecanismo administrativo eficiente y consolidar un sistema político, basado en el derecho que va a durar hasta la guerra civil de 1891. Y en ese entretanto se sucedieron los presidentes saliendo del palacio de La Moneda, en forma pacífica> al completar su periodo constitucional. Pese a que existieron algunos intentos de revuelta armada el gobierno siempre contó con fuerza y respaldo para garantizar el orden. Y la situación es más asombrosa, para el medio hispanoamericano, tomando en consideración que en esos años Chile libra tres guerras -dos contra Perú y Bolivia y una contra una flota española- sin que sea necesario adoptar un régimen extraconstitucional.

La estabilidad política del siglo XIX permitió a Chile avanzar económicamente expandirse geográficamente y le evitó verse comprometido en problemas con las potencias de la época; conflictos que generalmente surgían como consecuencia de la destrucción de bienes de particulares europeos durante una guerra civil o del incumplimiento del pago de un préstamo, por parte de un gobierno hispanoamericano. En ambos casos, las posibilidades de intervención arrancaban de la inestabilidad y de las reiteradas luchas internas por el control del poder[18].

La situación geográfica de aislamiento y de lejanía de las principales rutas marítimas protegía a Chile de un excesivo interés de las potencias ante la eventual importancia de su territorio como nudo de comunicaciones. Esta situación se dio, por ejemplo, en la región de la desembocadura del Río de La Plata. La posibilidad de que Buenos Aires controlara ambas riberas habría significado que esta vía fluvial estaría bajo la jurisdicción de un estado; panorama que obviamente amenazaba los intereses de Brasil -que comunicaba a Río de Janeiro con el Matto Grosso por mar y el sistema de ríos de La Plata y Paraná- y para Francia y Gran Bretaña, especialmente la última que tenían interés en la internacionalización del complejo fluvial platense[19]. La única región que estuvo amenazada por una incursión europea fue el estrecho de Magallanes y sorprende que Gran Bretaña, que había ocupado las islas Malvinas -que están relativamente cercanas- no hubiera establecido alguna colonia en el estrecho. Es posible que se haya debido a la mala fama de la región como consecuencia del fracaso del intento español, en el período colonial, que culminó con el nombre del “Puerto del Hambre” o del hecho que en la época de navegación a vela la corriente del estrecho dificultaba, en forma considerable, el cruce, limitando, en consecuencia, su utilidad como ruta interoceánica. Sólo con el desarrollo de las naves a vapor vendrá el desarrollo del tráfico por el estrecho y en esa época ya estaba bajo el dominio de Chile[20].

Diego Portales fue más que ideólogo político un hombre esencialmente práctico y de gran habilidad para integrar grupos incluso antagónicos. La importancia mayor del aporte portaliano es su gran sentido común; en lugar de preocuparse de hermosas fórmulas jurídicas su interés esencial fue el restablecimiento del orden, y para ello se apoyó en los grupos de poder más importantes de la época. Y utilizó la tradición política de autonomía, ya existente en la colonia como el fundamento ideológico en el cual sustentar el sistema republicano[21].

  1. Las características del modelo portaliano

Hemos descrito, en otras páginas, la importancia de la geografía del Valle Central como un elemento unificador y, en tal sentido no existían antecedentes favorables para un sistema federal. Se trataba, sin embargo, de crear un cierto equilibrio en la influencia de las principales regiones como un medio de lograr la armonía nacional. En esta materia se estableció un reparto del poder fundamentalmente en torno a Santiago -la capital y centro de la administración-, Valparaíso -el puerto principal y una ciudad de gran dinamismo comercial- y Concepción, sede del Ejército del Sur, el principal cuerpo armado del país, que defendía la frontera con el mapuche. La región de La Serena y Coquimbo quedó en un lugar subordinado en el esquema de poder que surgió bajo el liderato portaliano, debido a que era la única zona que tenía dificultades de comunicación terrestre; dependía, por otra parte, del Valle Central, ya que estaba a grandes distancias de los poblados pertenecientes al Perú -recordemos lo dicho acerca del «Despoblado de Atacama-, y, por último, carecía de importancia comercial y agrícola. Su riqueza minera, en la época, era modesta.

El presidente de la República sería hasta 1851 un militar; el caudillo o la figura más importante del Ejército del Sur, y en tal sentido la aristocracia penquista tenía un cierto grado de influencia nacional, que la perdería con posterioridad. La región de La Serena y Coquimbo se convertiría en el foco de la oposición el sistema portaliano y en la medida en que iría alcanzando importancia -sobre todo por el desarrollo de la riqueza minera- tendría posibilidades de presionar por una participación mayor. No es sorprendente que varias de las revueltas que se dieron contra el gobierno tenían un origen y financiamiento en los ricos mineros de Coquimbo. Y que la región seria la cuna del principal núcleo de oposición, el racionalista partido radical[22]. En la medida en que Concepción fue perdiendo terreno ante la oligarquía a del Valle Central creció, también, en esa zona el apoyo a los radicales.

La necesidad de contar con la colaboración del ejército como único medio de mantener la estabilidad del sistema -por lo menos hasta que lograra su consolidación-, implicó que la presidencia de la República fuera desempeñada por un lapso de veinte años por dos generales que gobernaron cada uno, dos períodos constitucionales de cinco años. Tanto Joaquín Prieto como Manuel Bulnes dejaron completa libertad a sus ministros civiles y no interfirieron en la progresiva institucionalización de un sistema constitucional. Por el contrario, Manuel Bulnes cuando terminó su período entregó el gobierno a un civil Manuel Montt, y tomó el mando de las tropas que rompieron el levantamiento de su primo, el general La Cruz, que como jefe del Ejército del Sur sentía que lo hablan despojado de la presidencia[23]. A partir de 1851 se mantendrá el gobierno de los civiles hasta 1891, donde, por un lapso de cinco años, se desempeñó como presidente el marino Jorge Montt[24]. Su gobierno, sin embargo, fue dominado por los civiles. Sólo en la década de 1920 reaparecerá la participación militar en política[25]. Y en 1973 después de una hegemonía civil entre 1932-1973.

La oligarquía agrícola del Valle Central mantuvo su poder en todo el proceso de las luchas de la independencia, debido a la ausencia de participación de otros grupos sociales, en funciones de liderazgo. Tal como se señaló en otras páginas, en Chile no surgieron caudillos mestizos ni se produjo un levantamiento social durante la lucha contra la Corona. En estas condiciones, cualquier tipo de estructuración de un sistema político estable suponía la participación de la aristocracia criolla. Si bien el periodo de anarquía fue breve constituyó, sin embargo un factor de gran preocupación para los grupos latifundistas. La experiencia de un gobierno personalista había sido peligrosa para la oligarquía debido a la intención de O’Higgins de limitar su poderío mediante la abolición de los mayorazgos[26]. En estas condiciones, el sector agrario estaba dispuesto a apoyar un sistema que restableciera el orden impidiera el caudillismo y le diera una participación en el poder.

El modelo portaliano cumplió las expectativas de la clase dirigente del Valle Central. La existencia de un régimen de derecho, consagrado por un mecanismo constitucional con períodos de gobierno definidos, impedía la personalización del poder. Por otra parte, el presidente poseía suficiente autoridad otorgada por la ley, para garantizar el orden e impedir el retorno de la anarquía. La existencia de un Congreso, dominado por la oligarquía, le permitía, también establecer un contrapeso a un eventual caudillismo.

Hay que recordar además, que las familias propietarios de tierras del Valle Central estaban emparentadas entre si, y este factor constituyó otro elemento de estabilidad. Un número reducido de familias fueron proporcionando los principales dirigentes políticos del país hasta 1920[27]. Incluso, gran parte de los jefes militares pertenecían a esta red de relaciones de parentesco. Es así que Manuel Bulnes era sobrino de Joaquín Prieto, el primer presidente del régimen portaliano, y estaba casado con una hija de Francisco Antonio Pinto, un presidente «liberal» o «pipiolo» del periodo de la anarquía y padre a su vez de Aníbal Pinto, el presidente de Chile durante la Guerra del Pacifico. Y como si fuera poco Bulnes era, además primo de José María de la Cruz, que fue quien se levantó para impedir el acceso a la presidencia de Manuel Montt en 1851.

La Iglesia, que era un importante centro de poder, fue incorporada al sistema portaliano. Y hasta la década de 1920 mantuvo su unión con el Estado, siendo el catolicismo la religión oficial del país; la Iglesia tuvo el control de la organización de la familia mediante la inscripción de los bautizos, de las defunciones -y el control de los cementerios- y la reglamentación del matrimonio hasta la década de 1880. Portales que solía decir, con sorna, que “no creía en Dios pero si creía en los curas”, eliminó así un factor de división en la sociedad chilena de la época[28]. Y con ello logró la aceptación tácita y el apoyo de la Iglesia al régimen político que surgió con la Constitución de 1833. Los problemas comenzarían en la década de 1850, durante el gobierno de Manuel Montt, y la pugna entre racionalistas y católicos tendría su clímax en la década de 1880 durante el gobierno de Domingo Santa María. Las tensiones religiosas, en gran medida, favorecieron el estallido de la guerra civil de 1891[29].

El desarrollo de la educación produjo un cambio en el tipo de gobernante chileno. A contar de 1851, los militares son reemplazados por los egresados de la universidad, en especial de la Escuela de Derecho. La élite política por un largo tiempo se formó en el Instituto Nacional o en colegios religiosos y posteriormente ingresaba a estudiar Derecho. El predominio de los abogados es casi total entre los presidentes de Chile del siglo XIX y ocupaban una parte considerable de las bancas del Congreso. Esta situación contribuyó a formar una clase dirigente que tenía una formación muy similar y, en tal sentido, favoreció la uniformidad de los métodos de análisis, de las fórmulas de gobierno y a la estabilidad política.

En la medida en que fueron surgiendo otros grupos de poder comenzarían nuevos desafíos para el sistema portaliano. El ingreso de los civiles a la presidencia de la República implicó un acentuamiento de las pugnas y el fin de la etapa en la cual el presidente aparecía por encima de las facciones. En los decenios de Prieto y Bulnes el presidente tenía una función importante como figura representativa del Estado del país como un todo, y el gobierno quedaba a cargo de algunos líderes civiles. En estas condiciones, la presidencia cumplía un rol que enfatizaba la unidad del país una situación parecida a la imagen tradicional del monarca. Con el fin de la etapa de los generales-presidentes se termina también esta concepción y con ello una disminución de la importancia de la presidencia como un símbolo del Estado. A partir de 1851 el presidente será fundamentalmente un jefe de gobierno y como tal participante de las luchas de facciones.

Conclusiones

Llama la atención en América Latina el “excepcionalismo” o la singularidad de Chile. En una Región caracterizada por la inestabilidad política y económica, Chile aparece como una rara avis, un remanso de orden en un continente convulsionado. Y para ello se han buscado diferentes explicaciones desde la existencia de un clima más frio que contrasta con el “tropicalismo” de las regiones más al norte. Sin embargo, también Argentina cuenta con extensas zonas gélidas y se caracteriza por el caudillismo y la inestabilidad.

Otros han señalado que la población de Chile es “homogénea” y la inexistencia de etnias distintas favorecería la armonía. Se olvidan que el país es una mezcla de mapuches, árabes, croatas, aimaras, italianos, alemanes, argentinos, cubanos, chinos y coreanos. Chile es más un “melting pot”, un crisol de etnias que un pueblo racialmente homogéneo.

El país también ha tenido momentos de confrontación e inestabilidad. Hubo una guerra civil en 1891, convulsiones sociales en 1920 y 1963-1973, y gobiernos militares en 1927-1931 y 1973-1989. Sin embargo, la tónica general de su Historia ha sido la moderación, el rechazo al caos y la búsqueda de acuerdos entre los sectores en pugna.

El origen de la “excepcionalidad” chilena tenemos que buscarla en el pasado, en la evolución durante la colonia, cuando la amenaza del indio bravo obligaba a la mantención de la disciplina, como medio de impedir la destrucción de la comunidad hispana del Valle Central.

El aislamiento de Chile del mundo reforzaba el sentido de comunidad. El país se definió durante décadas como “Finis Terrae”, el fin del mundo, lindando con el Océano más vasto del planeta y casi tocando la Antártica. Los chilenos estaban aislados y de ahí la rápida aceptación de los que llegaban de otras tierras como el venezolano Andrés Bello o el argentino Domingo Faustino Sarmiento.

El otro gran factor que explica el “excepcionalismo” de Chile es su geografía. Una región encerrada entre Cordillera y mar que se extiende por miles de kilómetros de norte a sur es, también, un panorama anómalo en América del Sur, la tropical, la dominada por pampas y, las selvas amazónicas y las montañas. Si en Argentina, México o Brasil la geografía favorece al regionalismo, en Chile impulsa a la unidad cultural.

En otras palabras, siempre es necesario remontarnos al pasado y estudiar nuestro entorno geográfico para entender el presente.



[1] Sobre el problema de los ataques de los indios bravos, en las pampas argentinas, ver Enciclopedia Ilustrada Atlántida, “La conquista del desierto”, Ed. Atlántida, Buenos Aires, 1960, Pp. 17-25.

[2] Una detallada relación militar de las guerras de Arauco entre españoles y mapuches se encuentran en la obra Estado Mayor del Ejército “Historia Militar de Chile”, Memorial del Ejército de Chile, núm. 3349, Santiago, 1970, pp. 16-96.

[3] Para mayores antecedentes acerca de la situación geográfica de Chile y sus consecuencia, ver Oscar Buzeta, Chile geopolítico: presente y futuro, Editorial CISEC, Santiago de Chile, 1978, Pp. 146-199.

[4] Sobre los temores chilenos por la suerte de Chiloé, ver Ricardo Montaner, Bello, Historia diplomática de la independencia de Chile, Ed. Andrés Bello, Santiago, 1961, pp. 295-299.

[5] Ver Preston E. James, “Latín América”, The Odyssey Press, Nueva York.

[6] Ibídem, p.p 291-304

[7] Ver Benjamín Subercaseaux, “Chile o una loca geografía”, Ed. Ercilla, Santiago de Chile, 1940, p.p. 62-65.

[8] Ver Preston E. james, “Latin...”, op. Cit., p.p 213-221

[9] Ver B. Subercaseaux, “Chile …”, op.cit., p.p. 254-276

[10] Para mayores antecedentes acerca de la situación chilena en la época final del período colonial, ver Simon Collier, “Ideas y política de la independencia chilena, 1808-1833”, Ed. Andrés Bello, Santiago, 1977, Pp. 11-38.

[11] Ver Agustín Anfossi, “Apuntes de historia de México”, Ed. Progreso, México, D.F., 1951, Pp. 106-175.

[12] Ver Leo B. Lott, “Venezuela”, en Martin C. Needíer, Political Systems of Latín América, Ed. D. Van Nostrand Ca, Nueva York, 1964, PP. 381400.

[13] Para mayores antecedentes acerca de las campañas de Güemes, ver Tulio Halperin Donghi, “Revolución y guerra: formación de una élite dirigente en la Argentina”, Ed. Siglo XXI Argentina, Buenos Aires, 1972, páginas 287-291.

[14] Ver Alberto Edwards Vives, “La fronda aristocrática”, Ed. del Pacifico, Santiago de Chile, 1952, Pp. 15-28.

[15] Ver Collier, “Ideas y política”, op. cit., pp. 270-300.

[16] Se trata de Agustín de Eyzaguirre, que gobernó entre septiembre de 1826 y enero de 1827.

[17] Ver José Zapiola, “Recuerdos de treinta años”, Ed. Zig-Zag, Santiago de Chile. 1974, Pp. 37, 75-77.

[18] En esta materia es interesante conocer los planteamientos principales de la política exterior chilena durante el siglo XIX. Para ello ver el interesante estudio de Walter Sánchez, “Las tendencias sobresalientes de la política exterior chilena”, en Walter Sánchez y Teresa Pereira, Ciento cincuenta años de política exterior chilena, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1977, pp. 374-390.

[19] Para mayores antecedentes acerca del sistema fluvial que desemboca en el Plata, ver Clifton B. Kroeber, “La navegación de los ríos en la historia argentina”, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1967, Pp. 23-81 y 146-167.

[20] Ver Leopoldo Castedo, “Resumen de la historia de Chile”, de Francisco A. Encina, Ed. Zig-Zag, Santiago de Chile, 1972, PP. 954-958, 975-980.

[21] Ver Alberto Edwards Vives, “Páginas históricas”, Ed. del Pacifico, Santiago de Chile, 1972, pp. 37-50.

[22] Para mayores antecedentes, ver Peter G. Snow, Radicalismo chileno, Ed. Francisco de Aguirre, Buenos Aires, 1972, Pp. 3-45.

[23] Sobre el levantamiento del Ejército del Sur, dirigido por el general José María de la Cruz, primo del presidente Bulnes, ver Edwards, La Fronda, -, op. oit., pp. 90-96.

[24] Un análisis histórico revisionista que analiza las causas sociales, internacionales y económicas de la guerra civil de 1891 es el libro de Hernán Ramírez Necochea, Balmaceda y la contrarrevolución de 1891, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1958. En especial conviene leer las páginas 175-223.

Para conocer una visión distinta, pero de gran interés, es recomendable ver Abdón Cifuentes, Memorias, Ed. Nascimento, Santiago de Chile, 1936, PP. 233-331.

[25] Para mayores antecedentes de esta participación militar, ver Arturo Alessandri Palma, “Recuerdos de gobierno”, Ecl. Nascimento, Santiago de Chile, 1976, tomo 1, Pp. 283.342; tomo II. PP. 243-281. Una interpretación distinta se encuentra en Edwards, La Fronda..., op. cit., Pp. 257-266 y 282-299.

Ver también Frederick M. Nunn, “The Militar in Chilean History: Essays on Civil-Military Relations, 1810-1973”, University of New Mexico Press, Alburqueque, Estados Unidos, 1976, Pp. 128-150. Ver, también, Fernando Pinto Lagarrique, “Crónica política del siglo XX: desde Errázuriz Echaurren hasta Alessandri Palma”, Ed. Orbe, Santiago, 1972, pp. 87-223.

[26] Un buen análisis del período de la anarquía y de la mentalidad de la clase dirigente de la época se encuentra en Luis Barros y Ximena Vergara, «Los grandes rasgos de la evolución del estado en Chile: 1810-1925», Revista Estudios Sociales, núm. 5, mayo de 1975, Santiago de Chile, Ed. Corporación de Promoción Universitaria, Santiago de Chile, PP. 121-134.

[27] El mejor estudio sobre la clase dirigente castellano-vasca es el libro de Alberto Edwards Vives, “La fronda aristocrática”, reiteradamente citado en el presente trabajo.

[28] Ver Hugo Guerra Baeza, “Portales y Rosas: contrapunto de hombres y políticas”. Ed. del Pacifico, Santiago de Chile, 1958, Pp. 24-25.

[29] Sobre la evolución de las tensiones religiosas y su incidencia posterior civil de 1891, ver Abdón Cifuentes, Memorias, op. cit., tomo II,